miércoles, octubre 27, 2010

Visceral

A veces me gustaría tener la madurez suficiente como para no ponerme a escribir en un momento de gran efervescencia interna como el que padezco hoy. Reconozco y envidio de alguna manera a aquellos que se preservan y de paso preservan a los ojos ajenos de las emociones abruptas y las dejan macerar en balsámicos tiempo y distancia.

Pero hoy no puedo dejar de explicitar lo que me moviliza. En la escritura urgente y catártica también encuentro una forma de apaciguar el fuego interno. Desde ya las disculpas del caso, pero creo reconocerme demasiado en este último párrafo como para justo ahora y a los 30 años venir a ponerme un disfraz de alguien que no soy.


Hace unos días leía “La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile”. Más allá de la entretenida historia que cuenta el libro, siempre me impacta una misma arista que aquí también encontré: lo que generan las acciones y carisma de los líderes políticos y la fuerza o incidencia que tiene la política misma en la vida cotidiana de la gente.

En este libro Littin, no sin un evidente enamoramiento y bajo el trazo de García Márquez, dibuja la imagen de un pobrerío chileno huérfano de líder y lo que es peor: huérfano de la esperanza de un futuro mejor que comenzaba a gestarse en los tormentosos setenta y que quedó trunco con la muerte de Salvador Allende. A su desaparición, según cuenta, y varios años después, en ciertas regiones del sur chileno aun había familias que guardaban "clandestinamente" en sus hogares alguna fotito de Allende o atesoraban en sus memorias alguna anécdota con él. Pero siempre –y esto es lo que mas me conmueve- estaba presente la conciencia de haber experimentado un cambio en la calidad de vida y de haber tenido, aunque sea fugazmente, algún derecho a la esperanza.

Un ejemplo más cercano lo tuvimos en la Argentina con el peronismo. Aun hoy encontramos viejos que adoran a Perón y a Evita y que se emocionan al recordar que la primera pelota de fútbol que patearon o la primera cocina gracias a la que comieron algo caliente la tuvieron de manos del propio Presidente o de Eva. En este punto es donde para mi muere toda la ideología. Es agradecimiento sincero. Una popular muestra de amor por haber sido trocada una vida siempre postergada por otra un cachito mejor. Es nada menos que el fin último de la política, aunque los detractores hablen de demagogia o populismos. Que se lo cuenten al que le dio de comer anoche a sus hijos gracias a ese último recurso que es la asistencia social.

Hoy a mi me duele la muerte de Néstor Kirchner.

En las últimas horas la hermana de un amigo al que quiero mucho me interpeló sobre este sentimiento y si no era un tanto exagerado frente a ese amplio catálogo de tragedias que enfrenta a diario nuestro país como por ejemplo la muerte de un niño por desnutrición. La respuesta más formal que me surgió en el momento fue que no hay tragedias mas o tragedias menos importantes. Si no que sólo hay formas de sentir la vida y de pararse frente a estos hechos. Pero sin embargo, después de unas horas elijo darle otra respuesta: considero que la política puede y debe ser un vehículo para que no existan nunca más esos niños muertos que me señala. La desazón por la muerte de un líder político en el que uno ha creído también se carga a todos esos niños. Porque en el entusiasmo uno se imaginó, soñó y fantaseó con un movimiento político capaz de gestionar un Estado donde no muera un pibe más, un futuro mejor. La tristeza por el pibe que muere es válida pero insuficiente y cómoda. Prefiero la tristeza o la rabia por la desaparición de una posible solución.

En esta parte del texto podría cortar camino y contarles el caso de mi progreso personal y el de mi familia durante la presidencia de Kirchner. Pero encuentro que además de poco interesante sería egoísta y no muy distinto al de muchos otros de clase media. Eso si, con una diferencia a los de mi clase. No soy de los que creen que el progreso social cuando se dá sea sólo producto del mágico esfuerzo propio ni tampoco como algunos gustan decir ahora “del viento de cola de la situación mundial”. Creí y creo en los Estados generadores de oportunidades de desarrollo.

Más allá de cualquier éxito material o social elijo quedarme con todo lo simbólico que me deja su partida. Fundamentalmente me queda un interés voraz por la política y una creencia ciega en el Estado como agente de igualdad social. Estas dos cosas no son poco para un integrante de una generación como la mía que se crió en los 90, donde el Estado y la política eran dos malas palabras.

Su presidencia me terminó conquistando por mostrarme la otra cara de la moneda. Por hacer realidad alguna de esas cosas que tanto me maravillaba leer cuando era chico en los libros de Eduardo Galeano o hasta en alguna letra de León Gieco. Me enseñó algo que siempre intuía por ser hijo de inmigrantes y por haber vivido en otro país de este continente: que estábamos más cerca de América Latina que del imbécil concepto racistoide de Europa.

Todos estos cambios culturales y tantos otros marcaron mi juventud y marcarán sin dudas mi vida entera. Otro mundo era posible. Y aquí si quieren agreguen que no es un mundo perfecto, sino uno menos injusto. También si quieren aquí inserten los innumerables errores de su gestión, de los cuales seguro estoy no alcanzaría el blog para contarlos. Y también si quieren podemos discutir largo y tendido sobre sus formas, oportunismos y picardías políticas.

Aun así, yo logré ver la otra cara de la moneda en donde también se podía darle batalla a las corporaciones y eso ya está dentro mío. Moriré con ello.

Para ir cerrando me queda un párrafo para preguntarles algo de corazón a los que hoy festejaron en esta capital y que no son precisamente los más pobres del país. Me encantaría que me miren a los ojos y me cuenten las razones del odio o de la bronca porque si buscamos en lo económico no creo que ninguno de los que aquí puedan hablar estén peor que hace 7 años. Mucho más difícil me es comprenderlos desde lo cultural sin comerme antes las obras completas de Jauretche.

Cuenta Littin que un manifestante se paró una vez frente a Allende con un cartel que decía “Este Gobierno es una mierda. Pero es mi Gobierno”. Y que Allende se bajó del auto en que iba sólo para darle la mano y aplaudir a aquel hombre. 37 años después y al otro lado de la cordillera, yo hubiera escrito el mismo cartel.

martes, octubre 19, 2010

Servicio a la comunidad

Después de algunos meses sin publicar absolutamente nada vuelvo hoy no en calidad de Periodista o de delirante aficionado a las letras –si es que puedo englobarme en cualquiera de esas dos categorías-. No. Hoy simplemente regreso a este espacio para hacer algo así como un servicio de bien público para mis propios amigos o para quienes azarosamente lleguen a este blog.

El asunto es que –una vez más- esta semana hubieron sendos rechazos a ciudadanos argentinos en el Aeropuerto de Barajas, en Madrid. Después de un par de experiencias propias, una de ellas bastante negativa, me gustaría poner énfasis en lo único que está al alcance hacer por parte de los que viajamos: prevenir estando informados de cómo es la cuestión del ingreso. Y así disminuir los riesgos de pasar una de las peores experiencias de nuestras vidas.

En lo personal viví dos malos momentos. El primero de ellos fue en Madrid en el año 2008. Iba de vacaciones con dos amigos y yo, el más oscurito de los tres, fui interrogado hasta el hartazgo por el vigilante de migraciones que me tocó en la Terminal 3. Con un gallego de ojos tristes pasé unos cuantos minutos de mi vida contándole de los motivos de mi viaje, del dinero que llevaba, mostrándole los pasajes de las otras conexiones que pensaba abordar y las reservas de los hostels en que pensaba hospedarme. Harto de que cumpliera con todo lo que demandaba me miró por largos segundos en los que aproveché para señalarle a mis amigos que, pasaporte sellado en mano, me esperaban al otro lado de la línea. Cansado y derrotado me despidió sellándome el pasaporte y con un “vale” entre dientes.

El segundo mal momento fue al ingresar a Londres en el aeropuerto de Gatwick (por si creían que los malos ratos sólo se daban en España). La situación fue más o menos la misma. Únicamente variaron cuestiones de forma. Yo no le entendía nada al agente de migraciones y el tipo nada a mi. A duras penas coincidimos mediante algunas palabras y gestos en que yo debía mostrarle mi reserva hotelera y mi pasaje de salida de Londres. Sólo me dejó en libertad unos minutos después cuando recibió mi respuesta de donde trabajaba (hasta eso me preguntó) El británico fue tan incisivo como el español sólo que sus formas eran realmente educadas e inclusive me pidió disculpas por los problemas idiomáticos. Aunque parezca un detalle bobo: llegado el momento hay que expresarse con seguridad y de la forma mas simple posible. Al menos en España los agentes de migraciones son más bien cortitos.

Para ir cerrando sólo quiero reiterar que el asunto no es joda. Que vivimos en un continente que tiene extraordinarias libertades de movilidad y eso hace que no tomemos conciencia como es debido de las restricciones en otros puntos del planeta. Aun hoy cuando cuento mis experiencias no falta el que no me toma en serio o se burla creyendo que es una exageración.

Si bien no hay que obsesionarse, porque la mayoría no tiene problemas en esta situación, hay que tomar conciencia de que el riesgo existe.

La única manera de evitar problemas es viajar informado de los requisitos de ingreso. Que de puntuales que son, pasan a ser un “cazagiles” donde el desinformado la caga. Las autoridades nuestras llegado el momento nada pueden hacer y la Comunidad Europea es totalmente hipócrita en sus postulados. EEUU al menos exige visa de ingreso y eso ahorra tiempo, dinero y sobre todo, disgustos. Las líneas aéreas y agencias de turismo tampoco informan con el énfasis en que bombardean con ofertas. En esto, muchachos, estamos solos. Y como bien dijo algún aparato por ahí: la información es poder.

Cosas a tener en cuenta en general y que a mi me exigieron:

Pasaje de ida y vuelta con fechas cerradas.

Estadía y cantidad de dias creibles. Es decir, que no rocen los 90 dìas que vale el visado.

Dinero para la estadía. Este punto hay que consultarlo en la página de la UE, pero piden una suma que ronda los 60 euros diarios. (punto clave)

Reservas hoteleras o carta de invitación de un residente local sellado por la policia y enviado a través de correo postal.

Pasajes de otras conexiones que hagan en el continente.

Seguro médico por la cantidad de dias que vaya a durar el viaje que cubra un mínimo de 30 mil euros.

Tarjeta de crédito (llevar resumen además) para respaldar la “solidez económica” que veladamente exigen.

Y siempre, pero siempre, consultar antes de viajar la página de la UE.

sábado, julio 31, 2010

Ser o no ser... taurino.


Una de las peores cosas que le puede pasar a un Periodista –que es lo que soy al fin y al cabo- es comenzar a escribir algo, aunque más no sean estas hojitas incoherentes de blog, y no tener una opinión formada sobre el asunto a exponer. Dicho esto último mando un saludo a todos mis colegas y envío, como es costumbre al menos en este espacio, a cagar a la Academia y sus formas. Les cuento, entonces, que lo que me genera cierta contradicción, es haber leído por estos días sobre la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Sé muy bien que es un temita pesado que despierta muchas pasiones no sólo en España sino en todos lados y es muy raro que el común de la gente no tenga una opinión formada al respecto.
Como alguno de ustedes sabrá, el año pasado tuve la suerte de estar unos días en Sevilla. Limitado por la magra economía de joven viajero me ví en la disyuntiva de tener que elegir que evento presenciar en la ciudad de las dos variantes que se ofrecían más atractivas: por un lado la jornada de toros y por el otro un espectáculo de flamenco en algún tablao. Considerando que había visto algunas cosas callejeras de flamenco y que el repiqueteo sobre un piso de madera de una vecina escuela de bailaores no me dejaba dormir por las noches… es que opté por los toros. Aquí les voy a contar esa experiencia que tan dubitativo me ha dejado.
Llegué a la Plaza de La Maestranza sobre la tardecita de un sábado con más de 40 grados de calor y con un sol que, como diría Sabina “hacía hervir el ruedo”. Obligaba a todos, ricos y pobres, a comprarse un sombrero cordobés para no morir insolados.
Lo primero que impresiona al entrar en una Plaza es el tamaño del ruedo. Mucho más grande lo que uno imagina. En las tribunas y tendidos , y ésto es más coherente con los prejuicios, se acomoda en su mayoría gente grande. Vestidos ellos con colores claros por el calor. Las señoras, mientras tanto y, casi de manera coreográfica, revolean el abanico durante las tres corridas que conforman una jornada que puede durar hasta seis horas.
Allí todo comienza cuando una banda de músicos hace sonar trompetas, trombones y bombos. Lo curioso de esto es que también “musicalizan” algunos momentos de tensión, suspenso o victoria durante la corrida. Una especie de desfile de caballos con tipos curiosamente vestidos y una considerable cantidad de toreros ingresan llevando a cabo una lenta y pintoresca liturgia.
La acción empieza cuando entra el toro corriendo. El torero enfundado en la vestimenta imaginada lo espera enarbolando cancheramente el manto.
En este punto es donde me gustaría detenerme. La relación toro-torero es una de las cosas más hermosas que he visto en mi vida. Toda La Plaza permanece en silencio mientras esa bestia de más de 500 kilos y aquel hombre se miran fijamente. El torero le habla constantemente al animal y ambos se mueven muy lento, casi bailando una especie de vals. Esos silencios, donde reina la voz del torero son eternos hasta que las gradas comienzan a impacientarse por la demora de algún desenlace.
Un intento de embestida del toro rompe el silencio. Si el hombre del manto, mediante alguna destreza de su brazo logra que la bestia pase elegantemente de largo el público dará su aprobación. Algunos emitirán algún “ole”. Otros les chistarán a esos para que se callen (para mi fue una sorpresa que me dejó sin animarme a largar mi modesto ole). Por el contrario, si el toro salta o si salta y cae de bruces lo abuchearán.
El ejercicio de torero, imagino, requiere de una buena dosis de masculinidad, aunque moderada, como todo. Si a este personaje en algún momento se le complica por la brevedad del toro, otros hombres, manto en mano, ubicados estratégicamente por todo el círculo detrás de una maderas, lo auxiliarán en maniobras de distracción para evitar el acoso del bicho. También un caballo montado y convenientemente protegido entrará de ser necesario a distraer y puede sentirse en el silencio la cornamenta del toro chocar contra la protección del equino.
Es realmente escalofriante esa escena porque uno toma conciencia del poder de daño de esos cuernos y a la distancia todos sufren por el caballo haciendo con la boca el clásico ruidito aspirando de “sssssssss”.
Hasta ese momento, digamos, es que uno sería un perfecto taurino, encantado de la elegante gimnasia del torero y su comunicación casi telepática con el animal y sus danzas sin fin sazonadas de suspensos.
El problema para los que somos impresionables viene al final. La muerte del toro también quedará grabada en mi como una de las cosas mas horribles que he visto.
Luego de agonizar de pie por un buen rato, con dos o tres banderillas clavas sobre el lomo sangrante, el animal se arrodillará para morir e inmediatamente caerá rígido sobre uno de los costados para estirar sus cuatro patas al mismo tiempo. En medio de los aplausos, si la grada está conforme y así lo exige, le cortarán alguna oreja y la cola.
Esta horrible escena se completa cuando, enganchado de un caballo y seguido por un grupo de jóvenes, se lo llevan del ruedo al trote arrastrado por la cola o lo que queda de ella. Puede verse después, sobre la arena, la marca de esa salida.
Sé que el clima de esta nota termina de la peor manera. Intenté describirlo cronológicamente para dar una imagen un poco más vivida de lo que fue una jornada de toros para este argentino totalmente ignorante en la materia que no puede tomar una postura al respecto si hubiera que estar a favor o en contra de esto. Me parecen muy razonables aquellos que lo defienden desde lo cultural como también aquellos que están en defensa de los animales.
En lo personal sólo puedo contar con esta experiencia para intentar abrir algún tipo de juicio. Y lo real es que me pesan desde lo argumental y sentimental tanto la primera como la segunda parte de este texto, lo que hace más difícil aún plantarse en una opinión de esas que se llaman ahora “formadas”.
Si lo llego a definir les aviso o les cuento.


Foto:la saqué esa tarde

lunes, julio 26, 2010

Consumos culturales


Esto de tener un blog tiene sus puntos débiles. Siempre miré con cierto desprecio a todos aquellos internautas que buscan hacer de estos espacios una especie de diario íntimo virtual y sin embargo confieso con vergüenza que yo también he caído, por lo menos hoy, en el vicio.
En esta oportunidad, me gustaría compartir con los tres amigos que leen este espacio, los consumos culturales que he tenido esta semana. Los invito a que repasemos juntos lo que he visto, leído y oído por ahí en los últimos días. Quizá alguno de ustedes también hayan visto o leído algo de todo esto. Comencemos.
1) Un jovencísimo José Sacristán encarna al Teniente Broseta, quien al mando de una tropilla republicana se infiltra en un pueblo cercano a Zaragoza que está bajo custodia del mando nacional… ¡para raptar a un toro! Dentro de las peripecias a las que se ven obligados para no ser divisados por las tropas franquistas, tendrán que trabajar de barberos, llevar en andas a un Marqués y participar de misas y procesiones, entre otras actividades. Todas cosas bastante desagradables éstas para un republicano de ley que lucha contra la dictadura de Franco.
En esa galería de personajes bizarros hay soldados que creen que hay que darse la antitetánica luego de ser corneado por un toro, otros que se cagan encima y no falta el cura de la tropa que según él reza “unos rosarios que te cagas”. El arquitecto de este divertido filme español no es otro que Luis García Berlanga.
2) En tanto, en la capital de un país que bien podría ser Portugal, el 83% de la población decide votar en blanco en las elecciones. Alarmado, el Gobierno central, cree ver un complot subversivo en este resultado y decide marcharse y dejar la ciudad a la buena de Dios. Sin Estado, sin ley, sin funcionarios y sitiados por sus propias autoridades tienen que convivir los capitalinos mientras su Presidente y gabinete creen luchar contra un enemigo organizado al que tratan de descubrir parapetado en el masivo voto en blanco. En este caso, el arquitecto del desvarío se llama José Saramago y el título del libro es “Ensayo sobre la lucidez”.
3) En otra ciudad, que tranquilamente podría ser Buenos Aires, un jefe de Gobierno, interpretado por alguien parecido a Mauricio Macri, pero sin bigote, pide a los gritos su propio juicio político en una causa por escuchas telefónicas ilegales. La oposición, en tanto, hace lo imposible para que ello no ocurra. Algunos medios de comunicación hasta se animan a decir que el Jefe de gobierno, procesado por la justicia, recibirá con todo ésto el envión definitivo y necesario para presidir en 2011 un país que bien podría ser la Argentina. Realmente si no fuera que nuestro país es mucho más serio hasta creería esta disparatada historia.
4) En otro país de América del Sur -todo parece indicar que es Venezuela- un presidente enfundado en una amplia camisa roja, que tranquilamente podría ser Hugo Chávez habla en su… ¡propio programa de televisión! sobre la ruptura de la relaciones con un país vecino y hasta se anima a vaticinar una posible guerra. Para completar la escena, y vaya a saber uno a título de que, a su lado se posa el técnico de una Selección de fútbol bicampeona del mundo que lo mira con admiración. La imagen da vuelta al mundo. El otrora mejor futbolista de la tierra aparece en todos los diarios del planeta como coequipier en semejante anuncio.
Arriesgo, si a esta altura no estuviera tan confundido, que ese personaje sería Diego Maradona.
Menos mal, que todo esto no es más que ficción. Imaginen por un momento vivir en semejantes mundos.
Para terminar no me queda más que pedir disculpas, me faltan aquí los datos precisos de los directores de estas dos últimas obras. Prometo buscarlos y los comparto acá, en mi diario íntimo y virtual.


Foto: Sampaist. Flickr.

martes, julio 20, 2010

Ahora dicen que no festejan


Hay una nueva modita dando vueltas por los rincones virtuales y reales que frecuento y que parece prender en los últimos tiempos muy rápidamente en mucha gente que uno tiene cerca. Trataré, por ende, de sonar lo menos ofensivo que pueda con estas líneas a pesar de eso significar para mi un esfuerzo, casi un ejercicio zen y una muestra de tolerancia y voluntad de convivencia de las que yo mismo a veces, como ahora, me sorprendo.
Sin dar muchas más vueltas, hoy quiero dejar en evidencia a ese neo personaje que, un día como hoy, se vuelca abiertamente en contra del “dia del amigo”, por ejemplo. Y aquí también saco una bolsa bien grande donde meto a los que se declaran “indiferentes” a esta jornada o a cualquier otra festividad de esta calaña como el día del padre, de la madre, del niño o San Patricio. Excluyo a San Valentín, si (*)
Sin ampararme en la costumbre como virtud, no creo estar equivocado si digo que esto de “estar en contra” o “mostrarse indiferente” es un fenómeno relativamente nuevo. Desde que tengo uso de razón que veo gente –yo mismo- intercambiar saludos o juntarse en un día como hoy. Pero en los últimos años observo con mayor presencia el comentario despectivo hacia estas festividades.
Exceptuando a los discapacitados intelectuales que sin mayor argumento a todo dan como razón un “porque si”, la respuesta más extendida entre los no festejadores está relacionada con la imposición cultural del festejo en general (cuando no se conoce el origen preciso) o en particular por la imposición extranjerizante del mismo. (caso San Patricio, Halloween, etc) y/o lo masivo del evento. Y ser parte de lo masivo parece llevar inexorablemente al lugar común de “ser mersa”.
No puedo entender ninguna de estas pseudo rebeldías y diferenciaciones infantiles a menos que seas Lenin, Jesucristo o un asceta de la ideología.
Si lo que molesta a estos personajes es la “imposición cultural” deberían acompañarlo no festejando ni siquiera su propio cumpleaños. Mucho menos uno ajeno, sea de tu madre, hijo o perro. Tampoco reunirse ni saludar a nadie el 31 de diciembre y mucho menos regalar o abrir un regalo en Navidad. Todo esto también son imposiciones culturales aunque de diferente origen y arraigo.
En cambio si les parece comercial o extranjerizante, como mínimo deberían vivir en el campo sin luz eléctrica. No ver series de Sony ni películas de Hollywood o de Europa y mucho menos estudiar idiomas o, lo que es peor: no subir a tu léxico diario alguna muletilla en inglés, por ejemplo. Todo esto también son imposiciones comerciales o “extranjerizantes”.
Bueno, señor autor de La Ventanilla, ¿qué hacemos? ¿festejamos todo lo que nos cae de arriba? No. Propongo simplemente terminar con la comodidad discursiva y con la revolución desde el living de casa. Es mucho más fácil y cómodo volcarse contra el día del amigo que dejar de hacer o de ir a un cumpleaños. Decir que San Patricio o San Valentín son imposiciones que nada tienen que ver con nosotros mientras no nos perdemos capítulos de series o películas americanas.
Así, muchachos, no ser del vulgo es muy fácil.
Por mi lado, no voy a ser hoy más amigo de mis amigos que de costumbre. Pero si voy a aprovechar la excusa para cortar la semana y tomarme unas cervezas con ellos. Es un buen motivo para darse cuenta que estamos vivos.

(*)Excluyo a San Valentín porque lo considero una festividad que sólo sirve para premiar por un día la imaginación de aburridas parejas que encuentran en el 14 de febrero una excusa para hacer lo que no hacen durante los otros 364 días del año y estirar así, gracias a ese año tras año renovado punto de apoyo, monotonías infinitas.

Foto: "Melidio 617", de Renata Rolim. Flickr

domingo, julio 18, 2010

Ejercitando memoria y sentires


Hoy se cumplen 16 años del atentado a la AMIA. No voy a escribir nada demasiado serio, como ya es norma en este blog. Además, ya bastante tinta ha corrido por todos los diarios de hoy.
La verdad es que solamente quería dejar unas líneas para hacer un pequeño trabajo de memoria personal como es recordar como viví “ese día” en que ocurrió el atentado. Y digo, sugiero, muy tímidamente, que me parece un buen ejercicio que deberíamos hacer todos como toma de conciencia, por muy trillado, formal, o cargado de solemnidad que parezca el pedido. Recordar esa fecha, ese día, nuestro día, hasta en sus más frívolos detalles y ponerlos en relación con hechos de la historia como éste y tantos otros que vivamos.
Estoy seguro que trazar ese paralelismo es una de las cosas más positivas que podemos hacer y que, además, está al alcance de cualquiera.
Por mi lado, recuerdo que me desperté esa mañana con mucho sueño. Me levantó mi madre porque teníamos que ir a recorrer inmobiliarias. Estábamos viviendo momentáneamente en un departamento en pleno centro, en Paraná y Corrientes. El 18 de julio de 1994 yo tenía 14 años. Hacía pocos días que había regresado con mis padres luego de vivir unos meses en Junín.
El día era de un sol increíble, aunque frío. Mientras desayunábamos escuchamos por la radio la información sobre una “explosión” en la AMIA (¡aún no teníamos Cable!), que estaba relativamente cerca de donde estábamos. Tal vez por la inexperiencia en estos temas (no estábamos en el país cuando lo de la embajada de Israel) y por la tendencia a no pensar lo peor, es que no le dimos a la noticia la trascendencia que realmente tenía.
Salimos a la calle y tomamos un taxi por Sarmiento y fuimos hasta Medrano. Caminando por Medrano ya tuvimos la primera señal: las sirenas no paraban de sonar y Corrientes ya se había convertido en un desfile de patrulleros, ambulancias y carros de bomberos. Todos comenzamos a intraquilizarnos, mis padres, yo y la gente con la que hablábamos en las inmobiliarias. El ruido de las sirenas no dejaba ni siquiera oírse al hablar.
En parte la inocencia, en parte la falta de información propia de aquellos tiempos comunicacionales, caímos luego y sin querer, prácticamente al lugar del que comenzaba hablar toda la Argentina y a ver imágenes y sensaciones que yo, al menos, no olvidaré nunca. La siguiente parada, sobre las 11 de la mañana más o menos, fue la estación Pasteur de la línea B de subtes. Allí, en Pasteur y Corrientes era la siguiente reunión que tenían mis padres. A dos cuadras de la AMIA.
Hasta el día de hoy, y creo que por siempre, recordaré cuando asomé a aquella esquina. Cientos de personas sobre Corrientes miraban hacia Pasteur al 600. Muchos corrían, todos se miraban, la mayoría gritaban. Todos tenían pánico. Corrientes estaba cortada y por ella desfilaban a altísima velocidad los carros de bomberos con sus horribles sirenas roncas. Doblaban ciegos por Pasteur y había que correrse o tirarse al costado para no ser atropellado. Mi primera reacción fue agarrar de la mano a mi madre y desear cruzar de una vez esa avenida que me alejara del ruido, los gritos, la angustia y la desesperación que jamás había visto en mis 14 años. Todo un mundo de seguridad que significaban los adultos trocó para mi en incertidumbre y endeblez.
Cruzar esa avenida y entrar a un edificio a salvo de esa esquina fue de alguna manera volver a la vida tal y cual la conocía.
Jamás volví a ver tanto miedo, angustia y desesperación. Solamente experimenté algo similar mucho años después, el día que me paré ante los 7 metros del Guernica de Picasso. Y hoy, por supuesto.

lunes, julio 12, 2010

No-elogio de la memoria


Una gran parte de las quejas que uno emite a diario están referidas a aquellas cosas que no tuvimos, no tenemos o no tendremos, por muy amplio que suene sobre todo esto último. En mi caso vengo a quejarme, humildemente, pero con fuerza, de lo sobrevalorada que está la función de la memoria en la actualidad.
Con esto –y aclaro para mojigatos y académicos- no me refiero a la utilidad que cobra en cuestiones realmente importantes. Por ejemplo aquellas ligadas a construcciones sociales, como puede ser la preservación de los asuntos fundamentales de la raza humana. No, simplemente me quejo de lo imprescindible que se vuelve en las relaciones “cotidianas”.
Las charlas en una cita, reunión de amigos, y hasta en una clase en la Facultad, están construidas en su mayoría por apelaciones al pasado. No solamente quien no sabe, sino quien no recuerda datos puntuales, corre el riesgo de quedar afuera de ese concierto social. Poniendo en juego, de esta manera, todo un mundo de vinculaciones que incluyen el sexo, la amistad y la educación. Y eso es una injusticia a reparar.
Esta parrafada puede sonar poco elegante, pero es necesaria. Me gustaría tomar la bandera de todos aquellos que por ejemplo, habiendo visto Casablanca, e interpelados en un pub por esa chica culta, no nos acordamos justo de quien fue el director. De los que cuando nos sorprende en medio de una picada la pregunta sobre si vimos tal película decimos que “no” aunque después de 5 horas recordemos que si la habíamos visto. De los que no memorizamos y en esa charla de café somos consultados sobre quienes fueron los presidentes entre Yrigoyen y Perón. También quiero defender a aquellos que no logramos en el climax de un fogón en la playa acordarnos de la letra de una canción que escuchamos mil veces y que justo se les dio a los demás por cantar grupalmente. Este último ejemplo es puntualmente patético porque nos sentimos algo asi como Roberto Giordano cuando intenta cantar en el medio de una hinchada.
Con estos ejemplos o situaciones podría hacer un catálogo y no es mi intención expandirme mucho más.
Para cerrar sólo me gustaría dejar en evidencia a un personaje nefasto que saca ventaja y se vale de esta situación y sobre el que ya escribiremos en otra oportunidad. Hablo del “inculto mentiroso” que, apenas sabe sobre 5 o 6 películas, 3 o 4 bandas y 2 y 3 libros, pero tiene el tino necesario para encajar en el momento justo de las reuniones ese pobre conocimiento y quedar como alguien interesante, entretenido, culturoso e inteligente. O sea, la sumatoria del hombre moderno más o menos deseado en todo ámbito social.
Por este lado, entonces, sólo queda denunciar a esos individuos y rogarle a nuestra escasa memoria que, entre otras cosas, la próxima nos de alguna palabra o frase más elegante que estas para cerrar una nota como la que acaban de leer.

Foto: "Memorias de un hombre invisible", José María Perez Núñez. Flickr